¡Pobre México!
Tan lejos de Dios y
tan cerca
de los Estados Unidos.
General Porfirio Díaz,
presidente de México,
1877-1911
QUE ES EL ASPAN
PROGRAMA CANAL PATRIO
TEMAS LEMAS Y DILEMAS
30 de mayo de 2013
¿ La Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte – ASPAN- es
el TLC militarizado?.
El tema ha pasado desapercibido desde hace 8 años para el
grueso de la población, solo unos cuantos académicos, lideres de opinión y
diplomáticos mexicanos como: Pablo González Casanova, John Saxe Fernández,
Gustavo Iruegas, Jorge Eduardo Navarrete, José Antonio Almazán Gonzáles entre otros han
expresado su preocupación. Cabe señalar que también los integrantes la Red Mexicana de Acción
Frente al Libre Comercio han desarrollado una amplia actividad de difusión sobre el tema, todos ellos identificaron de inmediato el subterfugio utilizado por la derecha nativa de nuestro país, quienes
pretenden hacer pasar la entrega de la nación como la "ampliación de un acuerdo comercial".
La entrega de la nación ha sido el eterno dilema desde la formación de nuestro país; desde el siglo XVIII hasta el XXI; españoles Vs Criollos; Conservadores Vs Liberales; Científicos Vs Jacobinos y ahora sumados los liberales de la reforma mutados en "neoliberales" se debaten en la incansable idea de entregar el país al gran capital trasnacional. Con la peregrina idea de salir del subdesarrollo o dependencia económica como se le quiera ver, ahora mediante la aplicación de los términos de "La Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte – ASPAN-, de manera casi “ingenua”, se intenta indicar que es la ampliación del TLC señalamos casi ingenua por que ese es el modo de plantear la situación a quien se ha interesado en ello. Los diplomáticos de carrera del servicio exterior de la secretaria de es nombre, lo reivindican y denominan de una forma eufemística como la “Corresponsabilidad Tripartita en la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte”. Pero la realidad es que es la actitud más perversa y servil con que nos hayamos topado en el siglo XX y lo que va del XXI.
La entrega de la nación ha sido el eterno dilema desde la formación de nuestro país; desde el siglo XVIII hasta el XXI; españoles Vs Criollos; Conservadores Vs Liberales; Científicos Vs Jacobinos y ahora sumados los liberales de la reforma mutados en "neoliberales" se debaten en la incansable idea de entregar el país al gran capital trasnacional. Con la peregrina idea de salir del subdesarrollo o dependencia económica como se le quiera ver, ahora mediante la aplicación de los términos de "La Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte – ASPAN-, de manera casi “ingenua”, se intenta indicar que es la ampliación del TLC señalamos casi ingenua por que ese es el modo de plantear la situación a quien se ha interesado en ello. Los diplomáticos de carrera del servicio exterior de la secretaria de es nombre, lo reivindican y denominan de una forma eufemística como la “Corresponsabilidad Tripartita en la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte”. Pero la realidad es que es la actitud más perversa y servil con que nos hayamos topado en el siglo XX y lo que va del XXI.
La realidad es otra y muy distinta. Si ya de suyo el TLC es un intercambio comercial asimétrico y desventajoso para nuestra nación, ya que
el NAFTA por sus siglas en ingles, beneficio de forma casi exclusiva a los Estados Unidos. ¿Cuál es elriesgo más grave que enfrentamos?.
Ambos acuerdos uno ya con el rango de Tratado (TLC), resultan dos episodios más de la histórica acción expansionista del imperialismo
norteamericano; por hacer de México un área territorial abiertamente supeditada
a sus requerimientos económicos, militares y políticos. Resulta clara la visión tan particular del modo descrito por Aldous
Huxley en su obra literaria Un Mundo Feliz, el “Estado Mundial” y su
reservación salvaje Nuevo México, que más se podría pedir de quienes se han arrogado la propiedad del mundo británicos y norteamericanos. La realidad más haya de las coincidencias literarias es que esta claro que estos acuerdos significan la pérdida total de la soberanía nacional y así mismo la pérdida absoluta de la identidad
nacional, con todo lo que ello trae aparejado.
ORIGENES DEL TLC DEL ASPAN Y DE TODA ACCION CONTINUADA
POR LOS ESTADOS UNIDOS DE NORTEAMERICA POR HACERSE DEL TERRITORIO MEXICANO.
El EXPANSIONISMO NORTEAMERICANO, 1783-1898
¡Pobre México!
Tan lejos de Dios y
tan cerca
de los Estados Unidos.
General Porfirio Díaz,
presidente de México,
1877-1911
El expansionismo norteamericano actual no es más que un “ad
continuum” de la "histérica tesis" planteada como el Destino Manifiesto; “En las
décadas de 1830 y 1840, los estadounidenses que impulsaban fervientemente la
expansión territorial hacia el oeste y la conquista del continente se sintieron sumamente ofendidos con la afirmación del general Porfirio Díaz. Los
expansionistas estaban convencidos de que los Estados Unidos habían sido
elegidos por Dios para elevar la condición de la humanidad. En otras palabras
“expandirse y poseer todo el continente que la Providencia les había otorgado
para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno federado”
era el “destino manifiesto” de la nación.
Esta frase, que se volvería famosa, fue articulada por John O’Sullivan –
publicista y político del Partido Demócrata— para describir el proceso de
expansión de los Estados Unidos en el contexto de la anexión de Texas en 1845.
Uno de los principios subyacentes al llamado Destino Manifiesto era la pretendida superioridad innata de los estadounidenses de origen anglosajón. Irónicamente,
como lo afirma el historiador Anders Stephanson, O’Sullivan descendía de un
linaje de aventureros y mercenarios de origen irlandés, y su participación
política a favor de la expansión territorial no lo haría merecedor de ningún
reconocimiento en vida.
En realidad, O’ Sullivan no fue consciente de la
trascendencia de las palabras que había unido –“destino” y “manifiesto”– hasta
que sus opositores políticos las convirtieron en un tema central de debate, en
un símbolo. De esta manera, en una frase, O’Sullivan resumió el derecho
providencialmente o históricamente atribuido a Estados Unidos de expandirse en
América del Norte desde el Atlántico hasta el Pacífico. Cabe destacar que dos
siglos antes, en 1616, apenas diez años después de la fundación de Jamestown
(la primera colonia inglesa en América del Norte), un agente de la colonización
resaltaba las virtudes de estas tierras fértiles y alentaba a sus conciudadanos
a emprender la aventura: “No debemos temer partir inmediatamente ya que somos
un pueblo peculiar marcado y elegido por el dedo de Dios para poseerlas”. O’Sullivan, el hombre que reformularía este
“mandato divino” murió en 1895 en el anonimato. Coincidentemente, para esa
época el Destino Manifiesto entraría en el debate político nuevamente ante la
posibilidad de un conflicto armado con España. En 1898, después de una “guerra
espléndida y pequeña”, como la definiera Teodoro Roosevelt, Estados Unidos
anexaría sus primeras posesiones coloniales y reprimiría el movimiento
independentista en las Filipinas.
Si bien el Destino Manifiesto no fue la causa de la
Guerra con México o el único motor que llevaría a la construcción de un imperio a fines del siglo XIX, esta ideología se vuelve fundamental para comprender la
manera en que los políticos de Estados Unidos se percibían – y se perciben – a sí mismos dentro
del orden mundial. A través de la historia de ese país, el Destino Manifiesto,
como sistema de valores, funcionó de manera práctica y estuvo arraigado en las
instituciones. Además, actuó en combinación con otras fuerzas de maneras
múltiples. Tal como lo define Stephanson, el Destino Manifiesto es “una
tradición que creó un sentido nacional de lugar y dirección en una variedad de
escenarios históricos (...), un concepto de anticipación y movimiento”.
Es posible afirmar que el nacionalismo estadounidense
surgió con fuerza a partir de 1820 y tomó la forma de una “comunidad
imaginada”, más que de una ideología explícita. Los estadounidenses compartían
entonces la sensación de ser un país caracterizado por la movilidad social, las
oportunidades económicas y la disponibilidad de amplias extensiones de tierra.
Estados Unidos no era una nación más, era un proyecto, una misión de
significado histórico. Por esta razón, el dinamismo capitalista se centró en la
expansión territorial, ya que de esta forma, la comunidad que se había
consolidado podría expandirse a voluntad. De cierta manera, la nación se
construía como una serie de redes temporarias en torno a la expansión del
espacio territorial y su consecuente desarrollo económico. Se podría argüir que
el espacio mismo y el constante desplazamiento hacia el Oeste definieron la
proyección del ser nacional”.[1]
Esa migración y la consecuente incorporación de nuevos
estados pusieron de relieve las diferencias regionales. En particular, el
debate en torno a limitar la expansión de la esclavitud amenazaba seriamente
con desestabilizar el balance entre los estados esclavistas y los no
esclavistas. El “Compromiso de Missouri” de 1820 logró posponer el conflicto
abierto por un período de aproximadamente tres décadas. El acuerdo establecía
el paralelo 36º 30’ como la línea divisoria entre los estados “libres” y los
esclavistas que surgieran en los territorios situados al oeste del río
Mississippi. De esta manera, Missouri sería el único estado esclavista al norte
de esta línea divisoria; simultáneamente, Maine era admitido a la Unión como
estado “libre” y así se mantenía el equilibrio de 12 estados esclavistas y 12
“libres”. Tener el control del Congreso significaba tener potencialmente el
poder de establecer la prohibición de la esclavitud como una condición de
admisión, o de decidir que el Congreso no tenía ninguna autoridad sobre el
tema. Además, detrás de esta cuestión, también subyacía el problema de la
esclavitud ya existente en el Sur. Estos temas irrumpirían nuevamente en la
escena política con la anexión de territorios y la consecuente admisión de
nuevos estados.
Es importante señalar que oponerse a la expansión de la
esclavitud no significaba que se estuviese a favor de una sociedad multirracial
de individuos que vivirían armónicamente en la república, aunque algunos
abolicionistas radicales efectivamente esgrimían esta postura. La mayoría se
oponía tanto al trabajo esclavo como a las “mezclas” de razas. Muchos de
aquellos que clamaban por la admisión de estados “libres”, no pensaban en la
incorporación social de los negros. En el mejor de los casos proponían planes
de colonización que les permitieran regresar al continente africano. Cabe
destacar que la producción algodonera no era solamente el motor económico del
Sur, sino que también proveía a los Estados Unidos del nivel de exportaciones
necesario para permanecer integrado a la economía mundial.
El nacionalismo tenía entonces fuertes raigambres en los
estados del norte y del oeste. En Nueva Inglaterra, los protestantes comenzaron
a proponer que ellos eran los dueños de la verdad, especialmente cuando se
veían obligados a lidiar con la inmigración masiva de irlandeses y alemanes
católicos que comenzaron a llegar al país en la década de 1830. Para 1840, ya
había en el país unos 40.000 predicadores, uno por cada quinientos habitantes.
El Sur, por su lado, había comenzado a definirse claramente como un grupo para
el cual el verdadero significado de la Unión era que los estados individuales
pudieran actuar con total libertad, como siempre lo habían hecho. En 1828, el
entonces vicepresidente John C. Calhoun y distinguido político de Carolina del
Sur, desarrollaba su doctrina de la “anulación”, de manera anónima, en el documento
“Exposición y Protesta”. De acuerdo con esta teoría, los estados tenían el
derecho de invalidar las medidas que juzgaran opresivas por parte del gobierno
nacional, y hasta podían separarse de la Unión si lo consideraban necesario. A
pesar de las marcadas diferencias políticas, sociales y económicas entre el
Norte y el Sur, el conflicto armado en torno al rumbo de la nación no
estallaría hasta 1860.
El tema que dominaría el debate político en las décadas
de 1830 y 1840 fue la visión introducida por el presidente Andrew Jackson, la
llamada “Edad del Hombre Común”, que enfatizaba la oportunidad y expansión para
todos, con una intervención del gobierno mínima o nula, en un discurso de
igualdad republicana que en realidad enmascaraba una sociedad marcadamente
desigual. Allí se expresaba que lo más importante era la libertad del individuo
para hacer lo que quisiera y para establecerse donde quisiera. Para que esto
fuera posible era necesario que hubiera un incremento cuantitativo en el
espacio físico, en la extensión de lo que Jackson llamaría el “área de
libertad”. Durante su presidencia se facilitó y aceleró la venta de tierras
públicas, por lo cual las comunidades indígenas, con la excepción de los
seminole en Florida, fueron eliminadas del Sur con el apoyo del Gobierno
Federal, a fin de facilitar la expansión de las tierras disponibles para el
cultivo de algodón. En la década de 1840, James Polk, el sucesor de Jackson,
aplicaría esta lógica en una escala mucho mayor e incorporaría áreas
gigantescas al “imperio de la libertad”: Texas, Oregón y gran parte de México.
Hoy puede resultar sorprendente contemplar un mapa de
México y de los Estados Unidos en 1824 y observar que estas dos naciones no
eran tan diferentes en términos de territorio y población. La ex colonia
española contaba con 4,4 millones de kilómetros cuadrados y aproximadamente 6
millones de habitantes, mientras que Estados Unidos tenía una superficie de 4,6
millones de kilómetros cuadrados y una población de 9,6 millones. En sólo tres
décadas, más de la mitad de México, 2,6 millones de kilómetros cuadrados, un
territorio mayor al adquirido con la compra de Luisiana a Napoleón Bonaparte en
1803, había sido transferido a los Estados Unidos. Algo similar había sucedido
con la población: el país del norte contaba con 23 millones de habitantes,
mientras que México no superaba los 8 millones.
En 1845, Texas se convirtió en la primera provincia
mexicana en ser anexada a los Estados Unidos. Después de nueve años de
existencia como estado independiente, la “Estrella Solitaria” finalmente fue
incorporada a la Unión. Escasamente poblada y alejada del corazón de México,
Texas pronto se convirtió en un objetivo tentador para la expansión del cultivo
de algodón y la venta especulativa de tierras: dos tendencias que dominaban la
política estadounidense en las décadas de 1830 y 1840. El gobierno mexicano
decidió permitir la inmigración de los ciudadanos estadounidenses e hizo lo
posible por regular el proceso. En 1835, la mayoría de los 35.000 habitantes de
Texas –colonos, invasores aventureros y prófugos de la ley¬– eran de origen
anglosajón, protestantes y propietarios de esclavos que habían llegado atraídos
por las excelentes tierras. Alarmado por la conducta de estos inmigrantes que
no sólo ignoraban las leyes sino que también menospreciaban a los mexicanos del
lugar, y alertado por las manifestaciones expansionistas de la prensa
estadounidense, el gobierno mexicano envió guarniciones militares para
controlar la provincia.
En 1836, cuando el gobierno mexicano declaró el
centralismo, los texanos encontraron la justificación política que necesitaban
para declarar la independencia. A pesar de que el inestable gobierno mexicano
resistió militarmente, Texas finalmente lograría independizarse. La región se
abrió inmediatamente al cultivo del algodón y se reintrodujo la esclavitud, que
había sido abolida por México en 1827. El próximo paso, el de la anexión a los
EE.UU., tomaría varios años. Cuando este estado pidió ser admitido en la Unión,
el entonces presidente, Martín Van Buren, consideró que el momento no era
oportuno. El país estaba en medio de una crisis económica y la incorporación de
un nuevo estado esclavista podía alterar el precario equilibrio político y
social. Sin embargo, tan pronto como James K. Polk llegó a la presidencia del
país, en 1845, la anexión de Texas se sometió a votación en el Senado y fue
aprobada por una mínima diferencia de votos.
Durante su campaña presidencial, Polk había prometido
simultáneamente la “reanexión” de Texas –como si alguna vez hubiera pertenecido
a los Estados Unidos– y la “reocupación” de todo el territorio de Oregón, una
expresión bastante peculiar ya que muy pocos estadounidenses habían vivido allí
antes. Este territorio era ambicionado por los defensores de la expansión, y se
extendía desde la frontera mexicana hasta el paralelo 54º 30’; previamente,
había sido ocupado conjuntamente por Gran Bretaña y Estados Unidos desde 1818.
Mientras los sureños pugnaban por la expansión hacia el Sudoeste, los
habitantes del Noreste y Medio Oeste se sentían atraídos por los recursos
naturales y posibilidades comerciales de Oregón.
EL PRESENTE CONTINENTAL
El ASPAN se viene negociando en secreto por los gobiernos de estados
Unidos y México, a partir del de George W.
Bush, Vicente Fox y Felipe Calderón ello se inscribe en la directriz de la
militarización y transnacionalización de la llamada “guerra a las drogas”,
fabricada e impuesta por Estados Unidos en todo el continente, a la que se
suma, ahora, como parte de un mismo paquete de tipo contrainsurgente, la
“guerra al terrorismo”. Tal tendencia contribuye al reforzamiento y a la
relegitimación del papel doméstico de las fuerzas armadas y los cuerpos
policiales militarizados, léase en continuidad de esta propensión “La
Gendarmería” que esta por recetarnos Enrique Peña Nieto y la gerontocracia en
el poder. La acción de Militarización es similar al cumplido durante las
dictaduras del cono sur y que provocó su desprestigio y condena por la
dramática incidencia sobre los derechos humanos. La “guerra a las drogas”
facilita una intervención de las fuerzas armadas en cuestiones domésticas con
eje en el “enemigo interno” y el (re)establecimiento de alianzas militares bi y
multilaterales bajo el control del Pentágono, al amparo de una redefinición
dudosa de la “seguridad continental”, supuestamente amenazada por el
narcotráfico.
Carlos Fazio, alerto
desde el lunes 19 de septiembre de 2011, en
el diario la Jornada sobre este asunto y va más haya de la denuncia nos guía
hacia la génesis de el ASPAN. Es de la mayor relevancia el dato sobre los
orígenes las actividades del Consejo de Relaciones Exteriores de Nueva York,
señala en particular el año de 1941 en el que dicho Consejo “redefinió el concepto de gran área (símil del espacio
vital nazi) y optó por un modelo de integración económica vertical de sus vecinos, que
incluía inversiones, colonización y control político abierto”.
Ese antecedente se debe establecer como línea que
traza impecablemente el origen y génesis de la militarización del país como diseño del imperialismo yanqui-británico, en su visión
colonial del hemisferio americano. Lo concreto de esta situación la escuchamos
miles de veces ya sea por el propio Calderón o sus voceros, pasando inadvertida
o desconocida plenamente la diferencia y la profundidad de esta cuando
escuchamos hablar de “derecho penal del enemigo que deriva de la
transformación de los vínculos entre las categorías “enemigo” y “criminal”, entidades fundamentales de
la guerra y del derecho penal, respectivamente”.
La experiencia del Plan Colombia ubica a ese país
sudamericano como un laboratorio reproducible y exportable. México, que durante
la guerra fría constituyó una excepción –junto con Cuba, por otras
consideraciones– en cuanto al tipo de las relaciones del Pentágono con los
países del área, parece estar próximo a dar vuelta la página y encaminarse a acentuar la
dependencia militar de Estados Unidos e
incluso aceptar, mediante la tercierización o mercenarización de la asistencia,
la participación de militares estadunidenses en los programas de ayuda. No sólo
eso, sino que, como anticipó de forma cínica y mendaz, el procurador Eduardo
Medina Mora, el pacto con Estados Unidos “será más importante” que el Plan
Colombia.
De concretarse, la ejecución del Plan México abonaría la
teoría de que el país vive un larvado proceso de militarización del Estado,
avalado por Washington. El plan, que entre sus objetivos de corto plazo
contempla aumentar de manera significativa la ayuda estadunidense para
fortalecer los sistemas de telecomunicaciones y el monitoreo del espacio aéreo
de México, es parte medular del Acuerdo para la Seguridad y la Prosperidad de
América del Norte (ASPAN), suscrito en 2005.
El ASPAN es el TLC militarizado.
Fue diseñado por el gobierno de Washington y grandes
corporaciones del complejo militar industrial para afianzar y profundizar el
largo proceso de integración silenciosa y subordinada de México y Canadá a
Estados Unidos. El objetivo estratégico es la construcción de Norteamérica como
un solo espacio geográfico bajo el control de Washington. México y Canadá
quedaron integrados de facto al llamado “perímetro de seguridad” de Estados
Unidos.
Y lo que es peor: el ASPAN funciona con un “gobierno
sombra” de las elites empresariales y militares de Estados Unidos y sus socios
menores en Canadá y México. ¿Si es la panacea y generará prosperidad, por qué
la agenda del ASPAN es cerrada, semisecreta? ¿Por qué la información sobre los
contenidos del ASPAN está clasificada? ¿Por qué no hay rendición de cuentas
pública? La agenda del ASPAN es secreta, porque bajo la cobertura gubernamental
son las grandes empresas las que llegan a acuerdos, mientras los gobiernos
funcionan como meros facilitadores de los designios del gran capital privado.
El Plan México ya se está aplicando aquí. Su avanzada es
la empresa Verint Technology Inc., subcontratada por el Departamento de Estado
para que realice tareas de espionaje en el territorio nacional. Se trata de un
caso concreto de tercierización o mercenarización de la “guerra” a las drogas y
el terrorismo. Según denuncias recogidas por La Jornada, la empresa neoyorquina
especializada en inteligencia y constituida por ex militares del Pentágono y ex
agentes de la FBI, funciona en las oficinas de la Subprocuraduría de
Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (IEDO), en la colonia
Guerrero. Su misión es monitorear o “captar” todas las comunicaciones privadas
(correos, chat y mensajes electrónicos, faxes, llamadas telefónicas de aparatos
fijos, celulares y redes internas) con el pretexto de combatir “el crimen
organizado y el terrorismo”.
La Verint se rige por los lineamientos impuestos desde la
embajada de Estados Unidos en México en el contexto de un proyecto del Buró
Internacional de Narcóticos y Asuntos de Aplicación de la Ley del país vecino.
La PGR hace la “talacha” y Estados Unidos se queda con la información producto
del “espionaje de cuello blanco” que realizan “contratistas privados”. Por esa
vía, el Pentágono y la comunidad de inteligencia estadunidense acentúan la
dependencia de México en un área sensible para la seguridad nacional. La puesta
en práctica del Plan México, con el monitoreo del espacio aéreo mexicano y el
control de las telecomunicaciones, incluidos labores de escucha telefónica y el
adiestramiento in situ de policías y militares en materia de terrorismo, sumado
al nuevo protagonismo de las fuerzas armadas en la vida nacional, permite
conjeturar acerca de una “colombianización” de México.
Dada la gran asimetría con Estados Unidos, la trasnacionalización y
militarización de los “esfuerzos conjuntos” impuestos por Washington mediante
la presión y el chantaje significan para México una mayor cesión de soberanía.
De allí que sería deseable acabar con una conceptualización del problema de las
drogas y la delincuencia organizada en término de “guerra”, y por extensión de
la supuesta “amenaza a la seguridad nacional o regional”. Cualquier tratado o
convenio, formal o informal, de cooperación internacional militar, policial o
judicial, a nivel operativo o de inteligencia, debería sujetarse por lo menos y
previamente a una discusión y decisión parlamentaria abierta y de cara a la
opinión pública.
[1] M. Graciela Abarca, “El
Destino Manifiesto y la construcción de una nación continental, en Fabio Nigra
y Pablo Pozzi (comps.), “Invasiones Bárbaras en la Historia
Contemporánea de los Estados Unidos” Maipue, Buenos Aires, Argentina, pp. 43-54.
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