Descarta Vaticano encuentro del Papa con víctimas de Maciel
TEMAS LEMAS Y DILEMAS, "LOS MOTIVOS DEL VIAJE Y EL LUGAR A DONDE SE REALIZO"
Presentación del libro
"MANTO PURPURA"
por; Sanjuana Martínez
HISTORIAS DE HORROR SOBRE LA PEDERASTIA EN MEXICO
“A mí me gustan mucho los niños”, expresaba el abusador,
narran algunas víctimas
SANJUANA MARTINEZ ESPECIAL PARA LA
JORNADA
“Ustedes olvidarán pronto lo que les hizo el padre
Nicolás Aguilar Rivera. Al rato, ya ni se acordarán. Deben saber perdonarlo. El
padre es un hombre enfermo”. Con esta frase el cardenal Norberto Rivera
Carrera, arzobispo primado de la ciudad de México, intentó convencer a las
víctimas del cura pederasta para que guardaran el secreto y no acudieran a las
autoridades a denunciarlo, luego de que el presbítero violó a más de 60 niños
de la Sierra Negra de Puebla.
“Por supuesto nunca olvidé lo que me hizo”, dice en
entrevista Sergio Sánchez Merino, quien fue víctima de abuso sexual por Nicolás
Aguilar cuando tenía 12 años. En noviembre de 1997 se entrevistó con el
cardenal Rivera para denunciar la conducta criminal del presbítero, pero el
purpurado decidió “proteger a su subordinado, en lugar de a los niños”, afirma.
Sergio vive ahora en Cary, Carolina del Norte. Hasta allí
se fue huyendo del escarnio de la feligresía. Católicos fundamentalistas se
encargaron de arremeter contra los únicos cuatro niños de los 60 que sufrieron
abuso que se atrevieron a denunciar al sacerdote ante los juzgados poblanos
entre 1997 y 1998.
La intervención de Rivera Carrera fue decisiva para dejar
impunes los crímenes de Aguilar Rivera, quien aún ostenta su ministerio sacerdotal
y vive tranquilamente entre Puebla y Morelos. En 1997 el purpurado ya había
dejado el cargo de obispo de Tehuacán, Puebla. Dirigía la oficina de manera
interina el padre Teodoro Lima. Aunque el cardenal fue nombrado arzobispo
primado de México el 13 de junio de 1995, mantenía contacto regular con la
diócesis. Tanto, que las víctimas al ir a denunciar al cura afirman haber
tratado con el cardenal Rivera, quien personalmente recibió a los afectados.
Antes de ir a la “casa del obispo”, donde se hallaba el
purpurado, cuatro de los niños decidieron acudir primero a la policía para
denunciar al sacerdote: “Luego las mamás y los niños fuimos a la casa del
obispo Rivera. El ordenó que no dejaran entrar a las mamás, que sólo pasáramos
los niños por separado. Nos fue atendiendo uno por uno. Recuerdo que me pidió
que le contara todo. Luego me dijo: ‘A ustedes pronto se les olvidará lo que el
padre Nicolás les hizo. La Iglesia les dará asesoría sicológica y con el tiempo
ya no se acordarán’”.
Sergio recuerda en detalle lo sucedido. Explica que el
cardenal estaba muy serio y que en seguida apeló a su silencio y comprensión,
porque desconocía que ellos ya habían ido a denunciarlo ante las autoridades
judiciales: “Tienes que entender que el padre Nicolás es un hombre enfermo de
la cabeza”, dijo Norberto Rivera al niño. “Fue un error lo que hizo, pero es
mejor que esto no se sepa. Es mejor que ustedes no vayan a la policía, porque
luego los perjudicados van a ser ustedes. Todos se van enterar de lo que les
pasó. Es mejor guardar silencio, para que ustedes no salgan dañados.”
El cardenal fue nombrado segundo obispo de Tehuacán por
el papa Juan Pablo II el 5 de noviembre de 1985, cargo que ocupó durante los
siguientes 10 años, hasta que el 13 de junio de ese año fue nombrado arzobispo
primado de México. La estrategia del purpurado fue proteger al sacerdote desde
el principio.
Sergio recuerda con tristeza el proceder del obispo
Rivera, sobre todo porque nunca mostró ningún afecto o cariño por los niños:
“Para él era muy fácil decir que nosotros lo íbamos a olvidar. Nos dijo que nos
iban a dar terapia, que nos iba a mandar un sicólogo. ¡Mentiras! Nunca llegó la
ayuda. Cuando supieron que nosotros ya teníamos demandado al padre Nicolás,
menos”.
La pederastia del sacerdote era pública. Los crímenes
sexuales de Aguilar Rivera contra menores de edad se iniciaron desde su paso
por el seminario, según afirma Agustín Ríos Nájera, otra de las víctimas de esa
época. En la década de los 80 era párroco en Tehuacán, Puebla, donde los ataques
a los acólitos eran “secreto a voces” hasta que en 1986 Nicolás apareció mal
herido, tirado en un charco de sangre a consecuencia de una fuerte contusión en
la cabeza.
Los hechos fueron consignados en medios informativos de
Puebla, que afirmaron que el cura mantenía relaciones sexuales con dos
muchachos en Cuacnopalan, Puebla, cuando lo golpearon. Luego otros reportes
periodísticos de la zona difundieron la denuncia de una maestra que acusaba al
sacerdote de haber violado a su pequeño hijo.
La “enfermedad” de Nicolás como denominaba Rivera
Carrera la pederastia del cura estaba causando serios problemas con la ley a
la Iglesia de Tehuacán, por lo que el obispo trasladó al sacerdote a la
diócesis de Los Angeles en 1988, argumentando que tenía problemas de “salud” y
“familiares”, según consta en el intercambio epistolar con el cardenal de Los
Angeles, California, Roger Mahony. El purpurado mexicano argumenta que él
explicó en otra misiva la “problemática de homosexualidad” del presbítero, pero
Mahony sostiene que es mentira, ya que nunca recibió esa carta, de la cual el
arzobispo primado de México jamás ha presentado copia. El purpurado
estadunidense responsabiliza directamente a Rivera Carrera de propiciar los
crímenes de Nicolás cometidos en Estados Unidos.
El clérigo volvió a México en 1989, huyendo de la
justicia angelina, donde enfrenta denuncias por 26 violaciones a niños. Pese a
conocer los hechos mediante las cartas del cardenal Mahony, Norberto Rivera,
aún obispo de Tehuacán, no lo retiró del ministerio sacerdotal. El derecho
canónico ordena que quien abuse sexualmente de un menor puede ser castigado con
la suspensión al sacerdocio.
Rivera Carrera no fue el único en encubrir al pederasta;
también lo supo el obispo de Puebla, Rosendo Huesca Pacheco, quien, según la
víctima Joaquín Aguilar, estaba plenamente enterado de los crímenes de Nicolás:
“El caso de pederastia de este sacerdote es muestra de la debilidad del corazón
humano”, dijo en conferencia de prensa Huesca Pacheco el pasado 25 de
septiembre, al enterarse de la denuncia presentada en la Corte Superior de
California. Reconoció que desde antes de que Rivera Carrera llegara a la
diócesis se conocían “los señalamientos” de este párroco y comprendió por qué
nadie de sus superiores quiere abordar este tema de manera clara y
transparente: “A nadie le gusta agarrar chayotes con las manos”.
Nicolás ya era prófugo de la justicia cuando fue enviado
a una “clínica” de la Iglesia donde se aplican con dudoso éxito terapias a
los curas para combatir la homosexualidad, la pederastia o el alcoholismo, pero
luego fue incorporado a la parroquia de San Antonio de las Huertas, donde violó
a Joaquín Aguilar, en 1995.
“Nicolás siempre ha sido el protegido de Norberto
Rivera”, afirma sin titubeos el experimentado periodista de Tehuacán Marco
Aurelio Ramírez Hernández. “Nicolás pertenece a su grupo. Aunque el cardenal ya
no es obispo de aquí, sigue moviendo los hilos del poder.”
Con 34 años de experiencia, Ramírez Hernández ha
trabajado en varios medios de información; hoy es corresponsal de El Heraldo
de Puebla, del Grupo Monitor. El periodista lleva siguiéndole los pasos a
Nicolás desde su época del seminario: “Norberto Rivera sabía que Nicolás era
pederasta desde antes de las denuncias de la década de los 80. Cuando Norberto
llega a Tehuacán emprende una limpia de toda la gente del primer obispo de la
localidad, Rafael Ayala y Ayala. Así ajustaba intereses económicos y de poder
político”.
Afirma, con base en documentos, que Rivera Carrera fue
acumulando propiedades: “Eran cotos de poder y el obispo comienza a consentir
varias corruptelas. En ese tiempo Nicolás era maestro en el Seresure (Seminario
Regional del Sureste) y Norberto lo clausuró. Hay dos motivos: unos dicen que
fue porque se descubrió que en el seminario había practicas homosexuales, y
otros que lo cerró para combatir a los teólogos de la liberación”.
Fue cuando Norberto Rivera “acomoda” a su gente
desempleada tras el cierre del seminario: “Ya en 1986-87, luego de que a
Nicolás lo golpearan los dos muchachos en Cuacnopalan, Puebla, se ventilaron
sus problemas. Diez años después vienen las denuncias de los 60 niños de la
Sierra Negra que acudieron a Norberto y éste les dice que lo perdonen”.
Pero el cardenal Rivera ¿ya no era obispo de Tehuacán?
No, pero seguía teniendo todo el poder. De hecho estaba
de interino Teodoro Lima. Nicolás regresó en el interinato, por más de un año
no tuvimos obispo.
Norberto se exculpa diciendo que a él lo nombran
arzobispo de México en 1995. Toma posesión de su cargo en la ciudad de México
el 26 de julio de 1995…
Si, pero siempre hay un tiempo que se les da para que
asuman los cargos. Pese a que ya no era obispo, él seguía manejando todo en
Tehuacán. De hecho cuando Nicolás regresa huyendo de Los Angeles se reintegra y
Norberto nunca lo suspendió como sacerdote, incluso sigue dentro.
Es decir, ¿sabía el cardenal de los abusos sexuales
cometidos por Nicolás?
Claro. Tan es así que presiona a las madres de los
cuatro menores que interpusieron la demanda para que no atacaran a Nicolás,
argumentando que “el padre está enfermo”. La pregunta es que si el cardenal
está admitiendo que su sacerdote está enfermo, es obvio que él sabe de su
peligrosidad. ¿Cómo no lo retiró del ministerio? ¿Cómo no lo recluyó?
Los Angeles: 26 víctimas
El camino devastador del párroco se complica tras violar
a 26 niños en Los Angeles. En 1989 huye de Estados Unidos hacia México. Es
cuando se le recluye en la clínica para protegerlo y tras unos meses es
restituido en su ministerio y de nuevo se le coloca a cargo de los monaguillos.
En 1995 viola a Joaquín Aguilar. Después se traslada nuevamente a Tehuacán.
Allí se hace cargo de la preparación de la primera comunión de los niños pese a
sus crímenes.
Trabajaba en la parroquia de la Virgen de Juquilita y en
la iglesia de San Vicente Ferrer, en San Nicolás Tetitzintla de Tehuacán,
Puebla, donde era responsable de la relación con monaguillos y de los niños que
ayudaban en las distintas actividades pastorales. Unos 60 niños entre cinco y
13 años, que vivían en las colonias populares Viveros, Aeropuerto, La
Huizachera, Aviación y Emiliano Zapata iniciaron su preparación de primera
comunión.
Sergio Sánchez Merino, de 12 años, formaba parte del
grupo a cargo de Nicolás Aguilar, quien impartía clases de catecismo: “El venía
los domingos, a dar misa. La iglesia era de madera y lamina. Las clases eran en
su casa, que estaba a cinco minutos de la capilla. Tras la misa nos íbamos
todos caminando hasta su casa. Nos acomodaba en unas bancas que puso en el
patio”.
La voz de Sergio se entrecorta; empieza a recordar: “Yo
veía que él, al final de cada clase, siempre decía a un niño que se quedara
para ‘hacerle la prueba’; el resto nos íbamos. Hasta que un día me tocó: ‘Oye,
quiero que te quedes’, me dijo, ‘para hacerte unas preguntas y ver si estás
aprendiendo’”.
El joven suspira. Guarda silencio unos segundos y
prosigue: “No podía desconfiar de él porque era el padre. Yo estaba en la banca
y me dijo: ‘Métete por aquí’, señalándome la puerta de su casa. Entré y él
cerró la puerta con llave. Me acuerdo que en la tele estaba pasando un
partido de básquetbol. Me preguntó si yo hacía algún deporte y otras cosas que
no venían al caso. Lo empecé a notar medio raro porque se me quedaba viendo
mucho. Estaba parado viendo la tele y en eso se me paró enfrente. Yo me
espanté.
“Recuerdo perfectamente cómo era el lugar. Tenía una
cama, un espejo y otros pocos muebles. Me agarró de los brazos y me contó una
historia sobre un tumor que supuestamente tenía en el estómago. Me agarró muy
fuerte las manos y me las puso a su alrededor, pidiéndome que le tocara el
tumor. Luego se desabrochó el pantalón y puso mis manos en su pene… Yo sentí
mucho miedo, no sabía qué hacer.”
Sergio repite: “Es un trauma, un trauma, un trauma. Yo
era un niño aterrorizado”. Continúa: “En ese momento me dijo: ‘¿Quieres
morirte? ¿Quieres que se muera tu mamá? ¿Verdad que no? Pues entonces hazme
así’. Me puso su pene en la boca. Y se vino”.
Nicolás se dio cuenta de que era tarde y estaba
oscureciendo. Le preguntó si existía la posibilidad de que algún familiar lo
viniera a buscar. Sergio asintió, por lo que rápidamente se subió el pantalón y
decidió llevar al niño a su casa. En el camino le advirtió: “‘Más te vale que
te quedes callado y no digas nada de lo que hemos hecho porque se trata de un
secreto’. Yo estaba muy asustado y más cuando empezó a hablar con mi mamá:
“Señora le dijo Nicolás por qué no deja que su hijo se venga a dormir esta
noche a mi casa. Préstemelo, mañana temprano se lo traigo”.
La madre de Sergio se negó: “Estoy seguro de que si
hubiera a dormir con él me habría penetrado como a los otros niños. Yo sabía
que muchos ya se habían quedado a dormir con él. Seguramente su plan era
violarme esa tarde, pero como se le pasó el tiempo manoseándome y se hizo
tarde, le dio miedo que me fueran a buscar a su casa. Por suerte mi mamá no me
dejó ir”.
Sergio no contó nada a su madre, pero se lo confió a su
amigo Joaquín, quien a su vez le confesó que a él le había hecho lo mismo:
“Pero más feo. A mí me penetró”, le dijo. Ambos niños decidieron abandonar sus
casas y huir sin rumbo.
“Queríamos escaparnos, irnos, para que ya no nos siguiera
molestando. Conseguimos 50 pesos, agarramos un poco de ropa y nos fuimos. Así
anduvimos varios días. Nos fuimos hasta la terminal de autobuses de Puebla y en
la noche dormíamos en las sillas. Las dos familias nos andaban buscando y
fueron a preguntar a otro amigo, que les contó que él también había sido
violado por el padre Nicolás. Y les dijo: ‘Por eso se fueron, porque a ellos
les hizo lo mismo’.”
La noticia de los abusos sexuales contra los niños corrió
como la pólvora. Las familias de los 60 niños se movilizaron para ayudar a
encontrar a los dos niños desaparecidos. La multitud enardecida fue a buscar a
Nicolás a su casa con la intención de lincharlo, pero fue advertido por las
autoridades y pudo escapar.
Sólo cuatro familias de los niños acudieron al Ministerio
Público para presentar una denuncia; el resto prefirió ir a la diócesis para
hablar con los superiores de Nicolás: “Los obispos (Rivera Carrera y Lima) los
convencieron de guardar silencio sobre lo sucedido. Dicen que les dieron mucho
dinero, por eso nunca movieron nada”.
El proceso 6/1998 duró cuatro años y el párroco fue
sentenciado a un año de prisión por “ataques al pudor”. Sin embargo, nunca pisó
la cárcel, ya que mantuvo su libertad bajo fianza. En 2001 la justicia le
concedió un amparo para dejar sin efecto dicha condena. Finalmente, hace tres
años, el ayuntamiento de Tlalmanalco de Velásquez, estado de México, le entregó
una carta oficial por “buena conducta”.
Los juicios contra el párroco son claro ejemplo de la
impunidad en México y de la protección de los superiores eclesiásticos. El cura
Nicolás Aguilar demandó por difamación a Joaquín Aguilar, el niño a quien violó
en 1995. El 20 de diciembre de ese año, la justicia le envía un citatorio a la
dirección que el mismo presbítero registró ante las autoridades. Vivía en la
calle General José Morán 52, en la colonia San Miguel Chapultepec, donde está
la segunda vicaría del arzobispado de México. El proceso de Joaquín contra
Nicolás duró siete años y finalmente fue sobreseído por prescripción de los
hechos.
“Todo fue una mentira dice decepcionado Joaquín
Aguilar, en el juzgado perdieron el expediente cuatro veces. Perdieron las
pruebas que presentamos contra él. Querían que nos cansáramos. Al final, cuando
supimos que era la Iglesia la que pagaba los abogados del cura, yo mismo dije a
mis papás que lo dejáramos. No encontré justicia en México, por eso me fui a la
Corte Superior de California para intentar conseguir la justicia que se me ha
negado en mi país”, dijo en entrevista antes de irse a vivir a Estados Unidos.
Joaquín ha dejado recientemente el Distrito Federal debido a las amenazas que
han recibido él y su familia. Luego de que la Secretaría de Gobernación
prohibió a sus abogados estadunidenses la entrada a México durante los próximos
cinco años, el joven se sintió en completa indefensión y decidió dejar su país.
El proceso de “los niños de la Sierra Negra” muestra
también cómo el Poder Judicial ha preferido proteger a los curas pederastas en
lugar de a las víctimas. El expediente de los niños de la Sierra Negra, al que
ha tenido acceso esta periodista, tiene el número 34/97/DRZS/TH-2 y fue
remitido el 8 de enero de 1998 al juzgado primero de lo penal de Tehuacán,
Puebla, por Rodolfo Igor Archundia Sierra, de la localidad poblana de Tepexi
Rodríguez. Un mes antes había iniciado la averiguación la agente del Ministerio
Público Irma Leonor Ramírez Galicia.
“Me dijo que yo le gustaba”
En su declaración del 27 de noviembre de 1997, el niño
Joaquín Rodríguez González, de 12 años y estudiante de primero de secundaria,
declaró que conocía al padre Nicolás desde hacía seis meses. Explicó que acudía
a su casa ubicada en la avenida Peñafiel, colonia Aeropuerto, para recibir “las
pláticas de la doctrina”, que eran los sábados a las 18 horas: “La primera vez
llegamos unos 50, después aumentamos, pero últimamente ya íbamos como 10, ya
que el padre Nicolás a todos los jóvenes que íbamos nos obligaba a hacer cosas.
A mí como al mes siguiente del día en que empecé a ir a las pláticas me empezó
a abrazar y a acariciar, ya que después de las pláticas me decía que me
quedara. Como yo iba solo, también me quedaba solo y me pasaba a su casa, ya
que las pláticas eran en el patio y me llevaba a su recámara, y la primera vez
me dijo que yo le gustaba y me empezó a acariciar metiéndome las manos debajo
de la camisa. Yo le dije que qué le pasaba, que por qué hacía eso, y él me dijo
que porque yo le gustaba. Me dijo que no le dijera a nadie, porque si no iba yo
a ver lo que me iba a pasar. Después de esto me fui a mi casa y no le conté a
nadie. Seguí yendo a las pláticas porque soy coordinador, pero al siguiente
sábado, después de la reunión, nuevamente me dijo que me quedara. Siendo como
las 8 de la noche, en esa ocasión tuve relaciones sexuales con él, ya que
primero me llevó a su recámara… me quitó el pantalón y el se empezó a quitar
toda su ropa hasta que quedó completamente desnudo y yo me quedé únicamente con
mi camisa. Me obligó a que mi pene se lo metiera a él en la cola, y lo que él
hacía era que se ponía enfrente de mí y se agachaba y yo quedaba parado atrás
de él y después así era como yo le metía mi pene y él se movía para adelante y
para atrás y así estábamos durante bastante tiempo, hasta que él se cansaba me
dejaba. Después de esto me dijo que me vistiera y me fuera, pero que no le
dijera a nadie. Esto ocurrió varias veces, máximo un mes, pero yo no le decía a
nadie porque me daba miedo que le hiciera algo a mi familia y la última vez que
me obligó a hacerlo fue hace como tres meses, por esto yo dejé de ir a las
pláticas a su casa y después empecé a ir a la capilla de la colonia Aviación…y
el día 16 de noviembre del año en curso, después de las pláticas, el padre
llegó a la capilla y dijo que si alguno de nosotros hablaba mal de él se la iba
a ver con él y por miedo a que me pasara lo mismo me fui a Puebla a la casa de
mi tía Guadalupe con uno de mis amigos, que se llama Sergio”.
El patrón de conducta del cura pederasta era el mismo. Se
ganaba la confianza de los padres de los niños y luego se acercaba cada vez más
a los menores. La declaración de Felipe Valladares Rivera, de 14 años, es
reveladora. El menor cuenta el 27 de noviembre de 1997 cómo el padre Nicolás lo
subió a su coche y allí empezó los abusos sexuales: “En el camino, como íbamos
en el coche únicamente él y yo, me empezó a acariciar la pierna izquierda y yo
le dije ‘ora, qué, padre’, y me arrimé hacia la puerta, pero él me dijo
que le gustaban mucho los niños, después llegamos a la capilla de la colonia
Viveros”.
Felipe cuenta que pasaron unos meses cuando el padre fue
a su casa para pedirle permiso a su madre que se quedara a dormir en su casa.
Cuando llegaron hasta allí, se dio cuenta de que también tenía a los hermanos
Efrén y Guadalupe Alva Cortez: “El padre nos dijo: ‘ustedes se acuestan en el
colchón’, ya que tiene un colchón en un cuarto de su casa, que es donde se
duermen los niños con él. El se fue a su recámara, donde se fue a desvestir,
quedándose únicamente en trusa; después llegó y nos dijo que si nosotros no
acostumbrábamos a quitarnos la ropa para dormir, porque en su pueblo ellos sí
acostumbraban. Le contesté que no, y nos acostamos en el colchón Efrén,
Guadalupe y yo; diciéndonos: ‘mientras me voy a dormir con ustedes’, se acostó
con nosotros y se acostó junto a mí del lado derecho y después de un buen rato
me empezó a acariciar, primero mi pecho, pero yo no dije nada, para ver hasta
dónde llegaba, y me empezó a tocar en mi parte masculina, después me agarró la
mano derecha e hizo que la metiera dentro de su trusa para que le tocara el
pene, pero yo saqué mi mano y la volvió a meter. Creo que pensó que estaba yo
dormido y me besó en la boca, por eso en ese momento me levanté y le dije ‘voy
al baño’ y no dije nada, porque en ese momento pensé en vengarme y me pasé del
otro lado cuando regresé del baño, y quedó el padre junto al niño chico Efrén
Alva Cortez. Durante toda la noche a mí ya no me hizo nada y pensé que a Efrén
no le iba a hacer nada, pero el otro día también me contó lo que le había
hecho”.
Todas las víctimas de la Sierra Negra del padre Nicolás
Aguilar eran extremadamente pobres. En las actas consta cómo las madres de los
pequeños no saben leer ni escribir y ubican su residencia en colonias
marginadas de la zona. En la declaración de Efrén Alva Cortez, de 11 años, el
27 de noviembre de 1997, coinciden los hechos con la versión de sus amigos:
“Escuché a Felipe que iba al baño y cuando regresó se acostó en medio y yo
quedé en la orilla del lado del padre. De repente me empezó a acariciar y a
tentar en mis brazos, después en mi estómago, después metió su mano en mi pene,
ya que metió su mano adentro de mi trusa y me empezó a acariciar, y después me
agarró la mano y me la metió en su trusa y luego yo la saqué y de nuevo la
volvió a agarrar y se la volvió a meter en su trusa y agarrando mi mano hacía
que yo acariciara su pene. Después que saca sus manos y me agarró mi cara y me
volteó poniéndome de frente con él y me dijo: ‘a mí me gustan mucho los niños’,
y metió su lengua en mi boca y yo me volteé y tiré la salvia y después quiso
volver a meter su lengua en mi boca”.
Han pasado nueve años de aquellos hechos. Los cuatro
niños de la Sierra Negra intentan olvidar lo sucedido y seguir con sus vidas,
luego de la frustración que vivieron. Lo que más molesta a Sergio es el
“fingimiento” de los obispos que ahora dicen no haber sabido nada de lo que
hacía Nicolás: “Fue escándalo, salimos en todos los periódicos, en la radio, en
la televisión. Me entrevistaron muchas veces. Por eso me sorprende que ahora
Rivera diga que no sabía nada. ¿Cómo?, si yo mismo hablé con él. Todavía me
pregunto cómo pueden seguir protegiéndolo. Para ellos es un ‘enfermo’, pero
para los demás es un criminal”.
Sergio, Joaquín, Efrén y Felipe enfrentaron luego de la
denuncia el escarnio social por haberse atrevido a denunciar penalmente a
Nicolás: “Ibamos por la calle y nos decían: “Allí vienen los violados por el
padre”. Todo eran burlas. En la escuela salía de pleito porque les pegaba a
todos los que me hacían bromas. Me peleaba mucho. Así que me salí de la
escuela, ni terminé la secundaria”.
Las vidas de Joaquín, Efrén y Felipe se vieron igualmente
dañadas: “Mis compañeros acabaron mal porque se metieron a las drogas y algunos
se hicieron alcohólicos. Cada uno es distinto, a algunos les afectó más que a
otros, pero nos destruyó la vida. Yo recibí amenazas, así que mejor me
desaparecí de allí”.
Dice que en su pueblo hay muchos “fanáticos católicos”
que insultaban a su familia: “Incluso a la madre de uno de los cuatro la
querían linchar por haber ido a la policía: “El padrecito es muy bueno, no como
su hijo, que es de lo peor. Por andar de chismosa te vamos a linchar”, le gritó
una señora entre la multitud que fue a la salida del juzgado.
Sergio decidió irse a Estados Unidos en 2003. Antes de
partir ratificó la denuncia en 2002 y el abogado que lo atendió le dijo que
existía una sentencia sin cumplir, ya que Nicolás había logrado escapar gracias
al aviso del mismo juez del caso, Carlos Ramírez: “Me dijo que todo estaba
arreglado, que el sacerdote había sido condenado a pagarnos 40 mil pesos a cada
uno, pero fueron puras mentiras. Nunca nos dieron nada. No teníamos ni
abogado”.
La vida les ofrece a las víctimas del padre Nicolás
Aguilar una nueva oportunidad para hacer justicia. Sergio está decidido a
presentarse ante la Corte Superior de California, el tribunal que admitió a
trámite la denuncia contra el cardenal Rivera Carrera por conspiración a la
pederastia, interpuesta el pasado 19 de septiembre.
El abogado Jeff
Anderson irá interponiendo demandas individuales por cada una de las víctimas
del padre Nicolás Aguilar. Las demandas serán contra los cardenales Rivera
Carrera y Roger Mahony por haber protegido al sacerdote y contra el cura
pederasta. Sergio dice tener una nueva esperanza, luego de la impunidad que
impera en México: “Esto no puede quedar así. Tienen que castigarlos, tanto a él
(Nicolás Aguilar) como al obispo Norberto Rivera por haberlo protegido”.
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- Claves La organización
• El Yunque es una organización de derecha radical
fundada en 1955, con la intención de instaurar “el reino de Dios en la tierra”
y evangelizar las instituciones públicas mediante la infiltración de todos sus miembros
en las más altas esferas del poder político (Manuel Díaz Cid)
• Sus integrantes se consideran a sí mismos un grupo de
elegidos. “Nuestra lucha es la de los cruzados, de los cristeros y de otros
muchos caballeros cristianos que a lo largo de la historia se han organizado
para consagrar en vida e instaurar el reino de Dios en la tierra, este es
nuestro apostolado y esta es nuestra actividad primordial en la vida, El Yunque
es una organización cívico política avocada a preparar a una aristocracia del
espíritu que debe conducir y manejar a México y a Hispanoamérica según los
dictados evangélicos” (ceremonia de iniciación al Yunque difundida en un video
a través de You Tube. La veracidad del rito fue confirmada con dos ex
militantes de El Yunque)
• El Yunque forma parte de las corrientes ideológicas y
organizativas de la derecha mexicana ligadas a la estructura de la jerarquía
católica que desde las leyes de Reforma ha tenido la intención de intervenir en
la vida política para mantener la presencia de la Iglesia católica en los
asuntos privados.
(ceremonia de iniciación al Yunque)
Vean como uno de los iniciados por el Yunque, llega a Gobernador de Guanajuato y recibe una paliza en honor a su ignorancia. Que muestra que tipo de gente es la que milita en esas sectas.
Parroco Felipe Valenzuela
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